Nuestro duende familiar

de Doyle, Liliana S.

Mención en el Primer Concurso Irlanda de Cuento.

Dedicatoria

Un cuento para Francesca
¿Sabés, Francesca? En tus ojos veo el mar que llevó a tus antepasados a Irlanda. Porque ellos eran vikingos, y llegaron por el mar. El mar que trajo a Luke Doyle a la Argentina, huyendo del hambre y la pobreza. Azul como tus ojos, que miran el mundo por primera vez.

I Introducción

Irlanda de cuento

Sí, es verdad.

Irlanda es realmente un país de cuentos.

¿Dónde más que allí puede haber un salmón que nos dé su sabiduría? O una escalera de gigantes que baje hacia el océano. O círculos de hadas que debemos recorrer en el sentido de las agujas del reloj, para no quedar atrapados por su magia, por siglos y siglos, en una danza infinita.

Hay una tierra donde nadie envejece ni muere jamás: Tir Na Nog. Y seres subterráneos: hadas y duendes, que reinan en las profundidades de la tierra. En oscuras cavernas guardan su olla de oro los duendes, y para encontrar su tesoro debemos buscarlo en los extremos del Arco Iris.

Irlanda es una isla en la que los niños son convertidos en cisnes por su malvada madrastra. En la que el fin de un héroe invencible es anunciado por un cuervo que picotea la herida de su hombro. Un lugar donde puede haber una guerra cruel por un toro, y donde una mujer se vuelve fea para cumplir su misión de ser santa. Y otras mujeres llegan a ser reinas, o piratas, o abogadas, o poetas.

Allí las focas pueden ser hadas o conversar con las almas de los muertos. Cada vez que un niño ríe, nace un hada, y cuando alguien las niega, muere una.

En un castillo hay una piedra que debemos besar para que nos dé el don de la elocuencia. Hay fantasmas que juegan a la pelota para lograr su salvación eterna. Una rueda de molino puede girar al revés por el milagro de un santo, y por ese hecho dar su nombre a una ciudad.

Y otro gran santo logra hacer cristianos a los salvajes locales con la sola fuerza de su fe y un trébol.

Y de allí, de esa tierra de magia y de leyendas, de luchas contra un cruel invasor. De las brumas del mar y el verde de sus campos, descendemos nosotros, que llevamos la fuerza de su espíritu en nuestro corazón…

II

Nuestro duende familiar

En nuestra familia hay un duende.

¿Cómo llegó acá, tan lejos, nuestro pequeño duende?

En Irlanda lo llaman LEPRECHAUN (según me dijeron allá, se pronuncia LÉPREJON).

Los duendes son pequeños hombrecitos, todos vestidos de verde, con un cinturón ancho, negro, con hebilla, y zapatos puntiagudos. Usan un gorro también verde, y fuman pipa.

Se dice que son zapateros y arreglan y remiendan todos los zapatos de la familia. Como generalmente son familias con muchos hijos y poco dinero, son más que bienvenidos en las casas.

Les gusta robar la leche recién ordeñada, y hay quienes dicen que, a la noche, hay que dejarles whiskey en el umbral de la puerta, para que no hagan demasiadas travesuras. ¡Es que son muy pícaros!

Les gusta esconder cosas y repetir lo que uno dice, como un eco. Uno puede creer que realmente hay un eco, pero no: seguro que es algún duende burlón.

También se cuenta que esconden su tesoro en ollas en la tierra y que, si alguien los hace prisioneros, tienen que revelar el lugar de su oro.

No se sabe si alguien pudo encontrar sus tesoros, pero lo que sí sé, es que en nuestra familia hay un duende. Es rubio, con flequillo. Tiene ojos color miel, y uno de sus ojos es levemente más claro que el otro. Es juguetón, alegre, y cariñoso. También le gusta hacer bromas, como esconderle el cucharón a mi mamá cuando está haciendo la sopa, o el ovillo de lana a mi abuela. O robarle el cascabel al gato.

¿Cómo sé todo esto? Porque lo vi, y me acuerdo todavía. Todos en la familia lo vemos, cuando somos chicos. Pero no sé por qué, alrededor de los cinco años, todos dejan de verlo y no se acuerdan más de él, aunque a veces tienen memoria de algunos hechos. Por ejemplo, tía Georgina recuerda que tomaba el té, con sus tacitas de juguete, con un amigo invisible. Y tío Juan, que alguien lo acompañaba por el campo y jugaba a la pelota con él cuando se sentía solito.

¿Por qué me acuerdo yo? No sé. Quizás él quiere que cuente su historia, para los chicos de ahora que ya no creen en la magia.

Supongo que habrá venido en el baúl de mi bisabuelo, desde Mullingar. Se habrá metido bien en un rincón y lo acompañó por el largo viaje por mar para que no se sintiera tan solo y triste.

Una vez acá, en la Argentina, se instaló cómodamente en nuestra casa en el campo, en las colinas verdes que le recordaban a Irlanda.

Un día salió a pasear y se encontró: ¡con otro duende! Este era un enanito de sombrero grande, con bastón de oro, y que fumaba un cigarrillo y silbaba.

Cuando este lo vio, dicen que gritó: – – ¡Juá!! ¿Quién es este bicho?

Nuestro duende familiar se sacó el sombrero muy educadamente y se presentó: – – Míster, mi ser Donal, y venir de Irlanda.

– – ¿De dónde?

– – Sí, venir de muy lejos, por el mar.

Después de este encuentro, se hicieron muy amigos. El Pombero o Pomberito, como se llama este nuevo enanito, le presentó a su amigo el Sapo Cururú, y se iban de parranda todas las noches. Donal tocaba el violín, y todos juntos bailaban con las hadas en el claro del bosque, a la luz de los farolitos blancos de las luciérnagas.

Si prestás atención, seguro que en tu casa también hay un duende picarón que esconde las cosas para que todos se vuelvan locos buscándolas. ¿No pasa así, muchas veces?