de Doyle, Liliana S.
I
Es una mujer menuda, anciana, de cabellos blancos. Está sucia y andrajosa.
Pero encuentra de pronto un piano abandonado en la calle y empieza a tocar. La música se derrama en cataratas de sonidos. La gente va dejando monedas que ella agradece solamente con una inclinación de cabeza.
Nadie sabe quién es, de dónde ha venido. Solamente es un milagro inesperado en la gran ciudad. Como el roce de un ángel que nos estremece el alma…
II
__ ¡Ha nacido! ¡Ha nacido al fin! Es una hermosa niña!
Así llegó a ese hogar de clase media alta este precioso bebé, rubio y de ojos celestes, que sería recibida con alegría y amor: Gretchen.
Su papá, tan alto y buen mozo, de cabello castaño oscuro y ojos celestes, tenía alma de artista. Hubiera querido estudiar Bellas Artes y pintar el mundo y la vida, pero su progenitor, el abuelo de la pequeña, lo había obligado a hacerse cargo de la empresa familiar, una importante compañía de seguros, por ser el hijo mayor.
Su mamá, dulce, regordeta, de ojos castaños, tocaba el piano. Aunque se había olvidado de leer las notas, podía sacar las melodías de oído, solo con escucharlas.
Es así que la pequeña creció en un ambiente artístico y musical, donde había cuadros, conciertos, reuniones y tertulias en el hogar, viajes, buena educación, idiomas.
El papá pintaba y escribía. Era un romántico soñador. La mamá era muy religiosa.
A la niña, desde muy chica, se le despertó el interés por el piano. Las primeras lecciones se las dio la mamá, y le pareció natural a toda la familia que cuando creciera se pusiera a estudiar música. Fue desarrollándose en un ambiente de mimos, holgura económica y alegría. Muy pronto, en su adolescencia, conoció a un joven buen mozo y de buena familia y se pusieron de novios. Todo parecía marchar sobre ruedas. Ella ya daba conciertos y era muy aplaudida y elogiada.
Pero la voluntad de una personalidad carismática y perversa y su deseo de dominar el mundo europeo pronto haría estallar su sueño en mil pedazos, como un espejo astillado.
Se suceden episodios tremendos: la “Noche de los cristales rotos”, la invasión a Polonia, luego de los ensayos del poderío alemán durante la Guerra Civil Española. Más invasiones a países limítrofes.
El pueblo está encantado por la ilusión del poderío nazi, por el triunfalismo que pregonan las radios y los otros medios de comunicación. Los propios hijos, miembros de la Juventud Socialista, denuncian a los padres cuando estos no responden a las normas y preceptos hitlerianos.
Se dice que los judíos son llevados a fábricas de municiones para proveer mano de obra esclava. ¡Se cuentan tantas cosas! Pero toda la población está obnubilada por un sueño que se verá luego convertido en pesadilla.
El novio de Gretchen es convocado al frente. ¡Qué buen mozo está con el uniforme!
__ Voy a volver muy rápido, mi querida. __ le promete __ Alemania va a ganar muy pronto. No te preocupes. Nadie podrá vencernos.
Pero los años pasan y la guerra sigue. Racionamiento, crisis, rumores de matanzas que la mayoría de la población no quiere creer. ¡No hay que creer todas las barbaridades que se escuchan! ¡Son parte de la campaña de desprestigio inglesa! ¡No pueden ser verdad!
Sigue llegando las cartas desde el campo de batalla. Ahora, desde el frente ruso.
Primero son alegres, confiadas. “Ya vas a ver, hermosa, qué rápido vuelvo”. Más tarde van contando del frío que se mete hasta los huesos, de los dedos congelados, de los combatientes abandonados en el barro y la nieve, moribundos. De los ríos de sangre. Del hambre. De la muerte…
Hasta que, finalmente, un día no llegan más las cartas.
Todas las noches se oye que llegan los aviones enemigos con su tronido de destrucción. Los bombardeos paulatinamente van reduciendo la ciudad a escombros.
En uno de esos ataques, mueren los padres de Gretchen. Su corazón parece no soportar más pérdidas. Siente como si le clavaran un cuchillo muy hondo en el pecho. Pero aún se viste, como una autómata. La ley de supervivencia guía sus pasos por las calles llenas de escombros y de cadáveres destrozados.
Los dulces acordes de la música se le han perdido entre las sirenas que aúllan su mensaje de metralla, el ruido atronador de los estallidos, los gritos de los heridos, el horror de los cuerpos mutilados…
Los animales del Zoológico vagan sueltos y deben ser ultimados por su peligrosidad.
El cerebro de Gretchen va cerrando zonas de dolor, bloqueando los espantosos recuerdos. Poco a poco se va convirtiendo en una autómata, un robot sin sentimientos, de vacíos ojos muertos…
III
Y luego, cuando ya parecía que nada peor podría suceder. Luego de las bombas. De la ciudad arrasada. De todos los hombres de todas las edades cuyas vidas se perdieron para siempre en el campo de batalla. ¡Tantos cuerpos mutilados, los de los pocos sobrevivientes!
Luego de todo esto llegaron los lobos, desde Rusia. Venían sedientos de sangre y hambrientos de venganza.
Saquearon, robaron, violaron, mataron. Se apoderaron de la ciudad.
Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Atacaron a Gretchen. La golpearon. La ultrajaron. La dejaron tirada en la calle como un guiñapo humano, hasta que alguien se apiadó de ella y la llevó al hospital.
Allí se debatió meses entre la vida y la muerte, con huesos quebrados, la mandíbula fracturada, la vagina desgarrada. La cara hinchada y amoratada por los golpes. Milagrosamente sus oídos quedaron intactos.
Algo se rompió en el delicado equilibrio de su cerebro. Quizás por los golpes. Quizás por tanto sufrimiento. Y perdió definitivamente el contacto con la realidad, para refugiarse en un mundo de fantasías, donde no existían ni el odio ni el dolor.
IV
De repente, un piano en la calle. Desde algún lugar del remoto pasado llega a su mente dormida, aletargada, el eterno mensaje de la música. Sus dedos vuelan impacientes sobre las teclas.
Una dulce melodía de escapa de su alma, y con ágiles movimientos delinea en el aire suave los acordes de la “Canción de Cuna” de Brahms…
Improvisación libre sobre una noticia que leí en Facebook.