Por : Esteban Corio.
Ilustraciones: Sergio Castro
Microrrelato elegido entre los destacados en el concurso internacional convocado por la Biblioteca Popular y Centro Cultural El Talar. Julio de 2021
Un estremecimiento involuntario recorrió su cuerpo, ocasionándole un temblor incontrolable, erizándole la piel y los cabellos. La pantalla del televisor mostraba una imagen captada a través de la cámara de largo alcance la estación espacial internacional y en ella, el motivo de ese súbito terror que le había invadido: Apofis, el maldito asteroide que durante décadas había sido rastreado por múltiples sistemas de seguimiento del planeta, finalmente daba a conocer su último propósito: impactar a la Tierra y ocasionar el caos global.
Arriba y a la derecha de la pantalla, el inevitable paso del tiempo goteaba los últimos instantes de vida para todos. 8 minutos y 32 segundos para el fin de los tiempos.
Desesperado, apabullado por la certeza de que todo acabaría, la parálisis que le ocasionaba ese dramático momento le impedía saltar en busca de sus seres queridos, abrazarlos fuertemente y morir con ellos en una sublime y mutua inmolación, una postrera invocación a la unión de las almas para emprender un camino desconocido al más allá. Sí, al más allá, porque él estaba seguro de que había un camino. Sólo que no estaba aún preparado para emprenderlo ¿alguien lo estuvo alguna vez?.
Se dijo que no, que era imposible, que esto no podía estar ocurriendo. Que algo – o alguien-, vendría a sacar a la humanidad de tal calamidad. Pero desechó de inmediato ese fugaz pensamiento. La realidad no era como las épicas de Hollywood.
Se le ocurrió que no quería que el instante final lo encontrara bajo un techo; quería mirar al cielo, por sobrecogedor que fuera el espectáculo. Que sus ojos y sus retinas capturaran la última visión de un Cosmos glorioso, impertérrito ante la tragedia de la vida que seguramente pululaba en las proximidades de millones de estrellas.
Intentó salir…pero no pudo. Inexplicablemente no podía moverse. Miró a la televisión: 30 segundos…y comenzó a oir el sonido. Insistente, ominoso, pertinaz. No, aun no. ¡¡NO, NO, NO por favor!!… estiró desesperadamente su brazo para apartar ese sonido lacerante…y lo pudo asir. Maldito despertador. Apagó la campanilla, se desperezó y pensó: otro condenado Lunes de cuarentena.